miércoles, 14 de diciembre de 2011

Para meditar en nuestras vidas
y dar gracias


Algunas preguntas para pensar y reflexionar:

Como en el Pesebre de Belén, hoy también Jesús, el 
Verbo de vida se hace visible en nuestras vidas:
¿Lo  reconocemos  en  el  prójimo,  en  los  más 
pequeños, en quienes necesitan de nuestro amor?
¿Lo reconocemos en la eucaristía, en la fracción del 
pan, donde se nos da por completo como el niño en 
Belén?
¿Compartimos nuestra experiencia de fe para que 
nuestra alegría sea plena?
¿Recordamos la sencillez de la fe en nuestra infancia 
cuando se acercaba la navidad? ¿Es posible revivirla 
hoy en nuestra familia? 
Jesús nació pobre para hacernos ricos, no necesitamos 
de regalos costosos y grandes cenas para recordarlo. 
¿Qué podemos hacer en nuestro hogar para celebrar 
estas fiestas con el verdadero espíritu de pobreza que 
nos regala la ternura misericordiosa de nuestro Dios?
¿Somos  pesebres  sencillos  abiertos  a  su  amor  y 
dispuestos a recibirlo como nuestro Señor y Salvador 
hecho niño pequeño por amor?


Cardenal Carlo María Martini

domingo, 11 de diciembre de 2011

no había lugar


Como cada año el 8 de Diciembre día de la Inmaculada armaremos el arbolito de navidad y el pesebre. Lo primero que haremos será buscarle un lugar y allí desplegaremos nuestro rincón navideño.Jesús y María también tuvieron que preparar el nacimiento de Jesús.
“En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Ese primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen”. (Lc 2, 1-3)
La noticia del censo se difundía mientras crecía en el corazón de José y María el desconcierto frente a algo tan inoportuno. ¡Qué extraños son los planes de Dios! Cuando necesitaban más que nunca –frente al próximo alumbramiento- la seguridad de los lugares conocidos, el cobijo del propio techo, los amigos que podrían colaborar; había que ponerse en camino a un lugar lejano.
Largas jornadas de caminata con María embarazada y a punto de dar a luz, con las incomodidades propias de una masa humana desplazándose a sus lugares de origen. José albergaría la esperanza de ser recibido por algún pariente o amigo, al fin y al cabo, Belén era su ciudad natal. Viendo el estado de María harían un lugar en la casa. Posiblemente le dieran la mejor habitación y ya no habría de que preocuparse, ellos les darían lo necesario para no pasar incomodidad.
 Pero al llegar agotados del camino, la realidad no fue así. El evangelio lo describe escuetamente en una frase al pasar: “Mientras se encontraba en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc. 2, 6-7).
 Sencillamente no había lugar, estaban de más. El pesebre, ese pesebre que armamos y adornamos en nuestras casas, debería recordarnos su razón de ser: “no había lugar para ellos….”
Podemos armar nuestro pesebre para recordar y profundizar su mensaje o dejarlo como adorno y caer en la fiebre consumista que ha hecho de la navidad una caricatura  y terminar festejando el nacimiento de Jesús, borrachos e indigestados por los excesos en la bebida y la comida.
Hacerle lugar al pesebre es hacer un lugar para que Dios vuelva a nacer en nuestro corazón. No es solo pensar en donde, con quien, que vamos a comer o a regalar. Es hacer que Jesús sea el centro y el pesebre nuestra vida.


                                    Pbro. Guillermo Marcó